“If we must die, O let us nobly die,
So that our precious blood may not be shed
in vain.”
Claude McKay
Me duele tu herida,
me duele el color de la piel que me define.
Sé de un punto final en el pecho
y un torbellino.
Sé de tu nombre en las noticias,
tu último instante vivido
respirando aceleradamente el miedo
en la penumbra de un callejón.
Miro a mi alrededor
y veo indiferencia colgada del teléfono,
veo violetas y jacintos, narcisos amarillos
abriéndose como cada mes de abril.
La naturaleza también niega tu tragedia.
Quiero que se detenga la primavera para llorarte.
Que te lloren los cerezos, los gorriones,
los temblorosos insectos,
la hierba olorosa de la mañana.
Que se cubran de lágrimas las hojas de las
plantas.
Que no germine una semilla, que no florezca
un árbol ni cante un pájaro
mientras el viento acune a tu madre dolorida.
Que palidezcan las amapolas
ante el silencio púrpura de tu boca.
Deteneos y denunciad conmigo,
denunciad arces, robles y magnolios florecidos
la muerte de Timothy Thomas,
la muerte de todos los jóvenes negros
hijos repudiados por su madre, América.
Hijos de la historia, lazarillos sin remedio
de un país ciego que cruelmente
les enseña a robar sus uvas.
Muerte nuestra de cada día,
te has llevado
la inocencia rizada de sus cabellos,
la pregunta de sus manos abiertas,
la imposible mentira de una vida futura.
En cada callejón hay un joven negro
esperando a la muerte con una sonrisa.